Vivir con Artrogriposis Múltiple Congénita (AMC) no es nada fácil. A menudo hay que superar muchos obstáculos y enfrentarse a situaciones un tanto embarazosas, situaciones que a cualquier persona no le sucederían. Para ello os voy a contar cómo es un día cualquiera en la vida de Lucía, una joven que padece AMC en los brazos y en las piernas.
Lucía se encontraba plácidamente dormida en su cama y de pronto sintió un pequeño toque en el brazo: su madre le indicaba que era la hora de levantarse. Ella se incorporó y se pasó a la silla de ruedas eléctrica. Fue al baño y su madre la vistió y la aseó como hacía cada mañana. Luego se dirigió a la cocina y desayunó a toda prisa; iba a llegar tarde a la Facultad de Derecho.
Una vez en la calle, se aproximó a la parada de guaguas. Siempre salía con antelación porque a veces las rampas no funcionaban y tenía que esperar al siguiente bus que pasara. Esta vez tuvo suerte. El chófer la vio y pulsó un botón; enseguida se oyó el inconfundible pitido de la rampa saliendo y la joven entró en el vehículo. Con la ayuda de otros pasajeros, fichó y se puso el cinturón de seguridad. Nada más llegar a la Facultad se bajó de la guagua y se dirigió a su aula, donde se incorporó en la mesa reservada para personas con movilidad reducida, en la primera fila. Sus compañeros la ayudaban a sacar el material pero ella muchas veces quería hacerlo sola para aprovechar la poca movilidad que tenía y lograr mayor autonomía.
Cuando acabaron las clases Lucía cogió de nuevo a la guagua para regresar a casa. Al llegar a la puerta de la calle, se paró en la acera y sacó un mando a distancia (como el de los garajes) con diferentes botones que le permitían abrir las puertas que tenía que atravesar para llegar a su vivienda. Entró en casa y una cosa negra peluda se le tiró encima y le dio un lametón en la cara; era Oreo, su labrador retriever de un año. Lo estaban enseñando a ayudar a Lucía a coger las cosas que se le caían al suelo, a abrir puertas y armarios, y a encender las luces. Ayudaba cuando su dueña le daba golosinas, si no, pasaba de ella y se iba a lo suyo.
Por la tarde, después de terminar la rehabilitación, Lucía se puso a estudiar Derecho en su habitación con la compañía de su amigo de cuatro patas. Sus padres y su hermana pequeña habían salido por lo que iba a quedarse sola gran parte de la tarde. Ella disfrutaba de esos momentos en los que se encontraba sola porque la hacía sentirse más independiente y ganaba confianza en sí misma. Aunque a veces pasaban imprevistos y había que buscarse la vida...
De pronto sonó el timbre y ella no esperaba ninguna visita. Oreo se puso a ladrar como loco. Ella se apresuró hacia el telefonillo de la cocina y abrió; era el cartero. Se acercó a la puerta y ordenó al perro a abrirla. Éste obedeció y, en cuanto vio al cartero, corrió a saludarlo tirándosele encima y el chico casi acaba en el suelo. Lucía intentó por todos los medios sujetar a Oreo pero su discapacidad le impedía mover los brazos. Muerta de vergüenza intentó llamar al animal, pero no hubo manera, quería jugar con el cartero, que tenía cara de pánico.
Al final, el cartero se armó de valor y sujetó a Oreo metiéndolo de nuevo en la casa. Lucía se interpuso entre Oreo y el cartero:
-Lo siento. Este perro es muy bruto y no me hace caso.-dijo ella disculpándose.
-No pasa nada.-dijo el cartero con una sonrisa.-Venía a entregar este paquete ¿Dónde te lo dejo?-preguntó.
-Aquí mismo, en esta mesa.-le indicó ella. Él depositó el paquete y añadió:
-Tienes que firmar aquí, ¿puedes?
-Si me pones el papel en la mesa sí-contestó ella. Firmó y se despidieron.
Una hora más tarde Lucía entró con su hermana en una tienda y vio al mismo cartero, que la saludó y se quedó mirándola con una sonrisa en la cara.
-¿Qué le pasa a ése, se enamoró de ti?-le preguntó la hermana pequeña.
-No. Es el cartero al que se comió Oreo antes-le dijo Lucía.
Como veis, vivir con AMC es difícil, pero siempre habrán anécdotas divertidas que contar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar en este blog